LLEGARÁ EL DOMINGO

Llegará el domingo.

 

Se acerca la Semana Santa. Es un tiempo especial para los cristianos, no solo porque recordamos la muerte y la resurrección de Cristo, sino porque los acontecimientos que ocurrieron en ese tiempo son un ejemplo perfecto de la esperanza que viene después de una gran prueba. ¿Por qué digo esto?

 

Vamos a imaginar lo que vivieron los discípulos de Jesús en ese momento. Su maestro había sido arrestado por la guardia romana. Fue juzgado injustamente; castigado hasta lo máximo y finalmente condenado a muerte. Habían pasado unos tres años con él y en ese tiempo le habían visto hacer milagros; habían escuchado sus enseñanzas sobre el Padre, el amor a los enemigos, las aflicciones de la vida presente; la necesidad de extender su Reino… y de repente, todo se viene abajo. Su esperanza de liberación se rompe dramáticamente y, no solo eso, les inunda un temor real de experimentar el mismo fin que su maestro. Se esconden en un aposento preguntándose cómo será posible que todo esto pueda tener algún día un final feliz. ¿Cómo es posible que de algo tan duro y dramático pueda salir algo bueno?

 

Viven un viernes y un sábado interminables. La desesperación más profunda se ha apoderado de ellos. Cada minuto es una ocasión más para recordar que lo han perdido todo; que Jesús ya no está con ellos; que  no hay nada más que hacer.

 

Pero al sábado tormentoso le sigue un domingo de luz. Las mujeres se acercan a la tumba. Ellas están dispuestas a enfrentarse cara a cara con la triste realidad de lo que ha pasado. Hay que ungir el cuerpo de Jesús aunque eso implique recordar los acontecimientos de los últimos días; aunque ver su cuerpo muerto no sea más que un cuchillo que vuelva a atravesar su alma. Las mujeres no se enfrentaron al dolor con la esperanza de encontrarse con algo nuevo. Lo hicieron porque alguien tenía que cubrir ese cuerpo amado con especias y hierbas aromáticas.

 

Pero su valentía fue recompensada con una increíble noticia: “No está aquí, sino que ha resucitado”.

Sus días de angustia y desesperación encontraron la paz en el Cristo resucitado. Volvió una esperanza aún mayor que la que habían siquiera imaginado. Una esperanza que las hizo testigos ante los demás discípulos y ante el mundo, de que Dios no abandona a los suyos.

 

La resurrección es para el cristiano el pilar sobre el que descansa nuestra fe. Si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana, dice Pablo. Pero porque Cristo resucitó, podemos saber que a pesar de las duras tormentas que tengamos que pasar en esta tierra, después de la oscuridad, llegará la luz. Después de la lucha, llegará la calma. Después del viernes y del sábado, después del dolor más asombroso que podamos pasar, llegará el domingo de celebración. Y en definitiva, después de la muerte, nos esperará la vida.

 

No sé por qué circunstancias estás pasando en este momento. No sé si estás viviendo en calma o si luchas contra la tormenta, pero quiero recordarte que la resurrección de Cristo nos asegura que sus promesas son reales; que aunque en este mundo tendremos aflicción, Él ha vencido al mundo. La fe en su obra por nosotros en la cruz y en su resurrección, son la clave para vivir con la seguridad de que tarde lo que tarde, llegará el domingo. Entonces Dios enjugará nuestras lágrimas y nos sentará en su regazo para recordarnos que Él sufrió por nosotros para que pudiéramos llamar a Dios nuestro Padre y para que al hacerlo, no perdamos nunca la esperanza, porque Dios no abandona a los suyos.

antonio diu