COVID-19

¿Quién gana con esta situación?

Son las 20:15 y acabo de cerrar la ventana en la que mi familia ha estado durante 15 minutos aplaudiendo y esperando a que los coches de la policía, la guardia civil, los bomberos y las ambulancias de nuestra ciudad pasaran por la carretera general haciendo sonar sus sirenas.

Nunca pensé de que me alegraría de escuchar tantas sirenas tan cerca.

Hace unas semanas, cuando empezó este aislamiento, a alguien se le ocurrió salir a aplaudir a las 8 de la noche a los profesionales que seguían trabajando, arriesgándose para echar una mano con todo este problema. Mientras aplaudía y escuchaba a mis vecinos aplaudir, o poner música (“Resistiré” está siendo la más escuchada) y bailar con las luces proyectadas en la pared de enfrente, pensaba que esos aplausos eran mucho más que un agradecimiento, eran una manera de decir: “estoy aquí, estoy vivo, existo”; y a la vez una manera de recordar que no estoy solo. Se me ponían los pelos de punta y las lágrimas inundaban mis ojos. Era mucho más que un momento de sacar ese carácter español de la fiesta y la necesidad de disfrutar en grupo, era una celebración de la vida.

Antes de ayer una grúa de bomberos llegó a nuestra calle. Todos temimos algo malo, algún rescate propio de un superhéroe que debía llevarse a cabo para salvar la vida de alguien en peligro, pero de repente, mientras todos observábamos la maniobra, empezó a sonar la canción de “cumpleaños feliz” con voces de niños deformadas por el sonido ronco de un megáfono. Y los nuevos superhéroes demostraron otra vez su humanidad. Fuera de los peligros o las amenazas de los virus, estaban llevando a cabo una misión mucho más difícil y no menos importante: la de traer esperanza.

Unas horas después, a las 8 pasadas de la tarde—ya no de la noche, pues el cambio de horario ha llegado estropeando las luces de fiesta— un coche de bomberos pasó por nuestra misma calle, diciendo “ánimo” detrás de una mascarilla y con esa voz grave y distorsionada de los megáfonos de los superhéroes. Y las lágrimas volvieron a los ojos de algún miembro más de mi familia.

Desde entonces, esperamos cada día que ese coche pase, ese coche que dice que sabe que estamos ahí, que a alguien le importamos, que dice “ánimo”, porque sabe lo que estamos pasando.

Y después volvemos a casa a donde la sensación de seguridad nos arropa hasta el momento en que las noticias o un mensaje nos llega anunciando otro caído: por la enfermedad, la falta de trabajo o el desánimo. Y el frío, el miedo y esa terrible sensación de vulnerabilidad vuelven a golpearnos.

Y en medio de todo este caos, del silencio de la noche que parece no acabar nunca, en esos fugaces momentos en los que comprendemos que somos incapaces de controlarlo todo, mucha gente alza los ojos al cielo y piensa: “¿donde está Dios?” Y Él te dice que sabe que estás ahí, que estás vivo y que existes, quiere decirte que no estás solo y quiere traerte esperanza. Sí, porque Jesús es el Superhéroe que decidió hacerse humano y dejar su sitio cómodo en el cielo para bajar a vivir con nosotros nuestras miserias, nuestras luchas, nuestros dolores y problemas. Él nos comprende, sabe de soledades, de aislamiento, de enfermedad, de pérdida. Pero no se conformó con acompañarnos, murió en la cruz para solucionar el peor problema que tenemos, el del pecado que nos separa de Dios, y resucitó para demostrar que había vencido. Acabó con el peor de los virus, el que afecta al 100% de la humanidad con un 100% de mortandad asegurada. Hoy está pasando a nuestro lado diciendo: “ánimo, Yo estoy contigo y traigo ayuda real: La salvación de tu alma”.

¿Que quién está ganando con esta situación? Tú y yo podemos.

Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (Marcos8:36)

antonio diu